Las relaciones entre hombres y mujeres para la época en que fue escrita la
novela de Charlotte Brontë, se sustentaban en los estereotipos predominantes que
otorgaban a cada persona un lugar dentro de la sociedad, estas percepciones que
como sabemos, son producto de esquemas mentales, tienden a generalizar y a
prestar poco atención a detalles sobre las cualidades, capacidades o
habilidades de una persona. De alguna manera mantienen un equilibrio y dan
seguridad a las personas que conforman la sociedad que los origina.
En la novela Jane Eyre, las
percepciones sobre cómo deberían ser las relaciones entre mujeres se observan
con nitidez. Vemos a la protagonista, hija de un clérigo y de una dama, que al
quedar huérfana, se encuentra en el limbo de las relaciones sociales, es
atendida por la servidumbre, que la cuida y le otorga consuelo y cariño; por
otra parte, están sus parientes que la consideran como un estorbo, pues sus
padres la dejaron sin herencia, sin embargo no puede negarse su parentesco y
que pertenece a su misma escala social, no obstante que la madre de la
protagonista contraviniendo los deseos de su padre se hubiera casado con un
hombre, socialmente inferior a ella.
Estas primeras interacciones, van definiendo lo complejo de las relaciones
sociales en la época y lugar en que se desarrolla la vida de la protagonista (y
por ende de la autora). Podemos apreciar que cuando la pequeña Eyre ingresa al
Colegio Lowood, se redefine su posición social, pues de ser tratada como una
señorita, pasa a ser una pequeña que debe ser educada para que sea útil a la
sociedad en la que se integrará, por supuesto se le enseñan tareas que toda
mujer de la época debería saber, como bordar, cocinar y llevar la
administración de una casa. Se define así el espacio que se será propio, esto
es, el hogar.
Estos aprendizajes le permiten conocer la esencia de cómo llevar un hogar,
de este modo vemos, que cuando interactúa con la servidumbre, se dirige a ellas
por su nombre, sabe cuál es la labor que cada una realiza en una casa, pero no
se convierte en su igual, porque si bien sabe cómo debe realizarse esa labor,
no la realiza con ellas ni para ellas u otras personas; puede llegar a
realizarla para sí misma, cuando no tiene ayuda, pero cuando se le presenta la
acepta como parte del trabajo que debe realizar la servidumbre para con los
señores, es decir, los que están por arriba en la escala social.
Así, las interacciones que mantiene con los señores son de cierta sumisión,
pues sabe bien que no tiene títulos, ni dinero, ni protección que la escuden y
la igualen a ellos. Por el contrario, en su papel de institutriz se encuentra
por arriba de la servidumbre, no obstante que ella esté dando un servicio y
reciba un pago a cambio; así mismo está por debajo de los señores por esa misma
condición de trabajadora.
Un tipo más de interacción que observamos a lo largo de la trama, es con
las mujeres intelectuales, al igual que ella, no poseen títulos nobiliarios,
pero tienen inusual interés por aprender, a diferencia de las mujeres que se
encuentra por arriba de ellas, son mujeres que tienen opiniones propias, son
críticas y llegan a estar inconformes con el orden social, por ello no dependen
de otras personas para realizar actividades cotidianas. Son una clase en si
misma; mantienen interacciones horizontales con todas las demás personas a las
que consideran como iguales en espíritu; pero al mismo tiempo distinto, por su
instrucción, por ello no desechan en su totalidad las interacciones verticales.
Vemos entonces la complejidad de las relaciones, sus contradicciones y
usos, como producto de los esquemas mentales delimitados por la época y el
lugar en que se encuentra la protagonista. Evidentemente podemos observar
cierta continuidad hasta nuestros días en las relaciones que se establecen
entre mujeres y cómo estás sigue delimitadas por las percepciones.